Antes de las esperadas vacaciones de agosto, me gustaría compartir con vosotros un encantador destino de vacaciones. Francia es un país vecino al que siempre me gusta volver pero esta vez elijo uno de sus lugares discretos y menos conocidos. Al tener ocasión de visitar La Rochelle, es interesante dirigirse a la Isla de Ré (Ile de Ré). Cruzar el largo puente que la une al continente es ya una experiencia y descubrir la planicie rodeada por el Atlántico al llegar promete una estancia tranquila y hermosa.
Su estilo propio, a base de casas blancas, con puertas verdes, azules o grises, tejados de teja roja y malvarrosas que surgen entre las baldosas de las aceras es magnífico. Los burros de pelaje largo y rizado son todo un símbolo de la isla. Y en las Salinas, siguen recogiendo la llamada flor de sal con una tradición que data de varios siglos: el agua del mar pasa un tiempo en estanques de arcilla poco profundos en donde se produce un proceso natural de evaporación gracias al sol y al viento.
Subir la escalera de caracol del Faro de las Ballenas, uno de los más altos de Francia y el monumento más visitado de la isla, permite visualizar la llanura de esta isla pequeña y discreta, con especial atención a la playa de la Conche trufada de dunas con vegetación. En la capital, la visita obligada es el puerto de Saint Martin de Ré, un lugar animado con terrazas, mercadillos callejeros y heladerías con sabores para todos los públicos y otros más atrevidos como el helado de ostras y el de caviar.
