Es bonito ver que algunos de mis referentes fundamentales en diseño y arquitectura también llegaron a la profesión desde otros lugares insospechados. Yo fui enfermera antes de darme cuenta de que lo mío era el interiorismo y leyendo sobre Tadao Ando, uno de mis japoneses preferidos, me doy cuenta de que él se dedicó al boxeo antes que a la arquitectura. Otra cosa que me llama la atención es que nunca estudió formalmente en escuelas, sino que su aprendizaje fue autodidáctico a través de la lectura y de viajes por África, Europa y Estados Unidos, así como de un minucioso estudio de la arquitectura tradicional japonesa. Y llegó a obtener el Premio Pritzker de Arquitectura en 1995.
Me interesa además su huida del materialismo consumista, visible en la sobriedad de su obra, y que su manera de crear, aparentemente sencilla, se sirve de recursos universales como la geometría, la luz o el agua. El orden es el hilo conductor de sus creaciones, relacionando sus espacios con el ser humano, y elevándolo a sus niveles más espirituales. Así manifiesta: «Pienso que la arquitectura se torna interesante cuando se muestra este doble carácter: la máxima simplicidad posible y, a la vez, toda la complejidad de que pueda dotársela.»